Hace 18 años que te adoptamos. Vivías en una colonia de gatos, en un solar al lado de la Biblioteca de Valencia. Te costó mucho aclimatarte a nuestra casa: te dejábamos en mi habitación y desaparecías de forma mágica. Una vez, te escondiste detrás de la nevera rosa. Otra, encima de la persiana de la ventana. Nos has dado muchos momentos como esos en estos 18 años.
Hoy nos has dejado para siempre y tu vacío se ha quedado a vivir en tu habitación, que era también la nuestra. Te has ido silenciosamente, sin protestar. Sin enfermedades, juraría que nunca has estado enferma…
Te has ido simplemente porque te tenías que ir al cielo de los gatos. Nunca te olvidaremos.
¡Hasta siempre, Maggie!
