Flandes en bici

Introducción

Este es nuestro segundo viaje cicloturista por Europa, los viajeros esta vez hemos sido: Tere, Juanky, Rosa, Herminia, Santi, Luisa y Adela (hija de los últimos, 1 año y medio). Los billetes de avión los compramos por nuestra cuenta en Vueling.com (con tasas y seguro, menos de 90 euros ida y vuelta). El alquiler de las bicis y los hoteles organizado por una agencia de Madrid (Bikespain.com). Las fechas, entre el 18 y el 27 de agosto (10 días). El destino elegido este año fue Bélgica, recorriendo caminos y pueblos de la antigua Flandes, además de una pequeña extensión en Bruselas. Nuevamente, la modalidad elegida es la de transporte diario de las maletas (por la organización) al hotel de destino.

La llegada: Valencia – Bruselas

Llegamos al aeropuerto de Bruselas sobre las 15:30 horas, tras recoger las maletas e información sobre horarios de trenes hacia el centro de la ciudad, nos detenemos en una cervecería del mismo aeropuerto (donde promocionaban cerveza Hoegarden a 3×2). Tras chapurrear un pésimo inglés (ante un atónito camarero, Herminia sostenía que lo que quería era ‘pagar tres y llevarse dos’), nos encontramos con 6 enormes vasos de cerveza (1/2 litro para cada uno. La verdad es que no sé cómo pudimos tomar después ningún tren.) El viaje duró unos 25 minutos y desde la Estación Central de Bruselas, nos dirigimos al Hotel Eurostar Grand Place (a pesar de ser de una cadena española, con sede en Barcelona, apenas hablaban español).

Después de descansar un rato, damos un paseo por el barrio cercano de Saint Gery. Se trata de un barrio muy animado, con cantidad de pubs, terrazas y restaurantes. Nos llama inmediatamente la atención el que se permita la circulación de bicicletas en todas las calles, incluso en aquellas que están prohibidas para los coches.

Tomamos nuestra primera cerveza verdaderamente belga (la del aeropuerto no cuenta) en una terraza donde Adela hace migas con una niña marroquí. Cada uno pedimos una clase de cerveza diferente y entre la variedad que nos sirven, nos sorprende una con sabor a cereza, con un sabor fuerte como de caramelo líquido.

Cenamos en un local libanés, en un restaurante barato donde degustamos una variedad de platos que sabían más o menos igual. Después de cenar, dimos un paseo por la Grand Place (preciosa, con edificios y casas impresionantes) y nos encontramos con un concierto del gaitero Carlos Nuñez, que mezclaba inglés, francés, español y gallego con una soltura que para qué. Volviendo al hotel nos encontramos en plena calle con otro concierto, esta vez de un grupo de rock y dudamos entre quedarnos y seguir. Al final gana la opción de descansar para estar fresquitos al día siguiente.

En Saint Gery

Día 1: Bruselas – Roeselare

Tras el desayuno y dejar las habitaciones libres, damos un paseo por el barrio que queda enfrente del hotel, y que descubrimos que está perfectamente situado entre dos zonas de marcha. Paseamos por el barrio gay, fácilmente reconocible por las banderas con el arco iris que cuelgan de las ventanas y porque enormes viñetas de comic pintadas en las paredes de las edificios lanzan originales guiños a la homosexualidad.

Nos acercamos a visitar el famoso Manneken Pis y lo encontramos vestido con el traje de ceremonia de la cerveza Delirium Tremens (según la publicidad, designada la mejor cerveza del mundo). Entramos en una taberna que hace esquina y pedimos una Delirium cada uno. A la mitad, aproximadamente, entendemos por qué el nombre de la cerveza le hace justicia. Al acabarlas, y ante la imposibilidad de continuar el paseo, pedimos otra ronda y algo de comer para acompañar (varios platos de carne variada, ninguno memorable). Nos percatamos que en la mesa de enfrente se halla un grupo de personas ataviadas con camisetas y gorras de la Delirium Tremens, algunos portando ostentosos medallones. Observé que la gente que entraba en la taberna, se acercaba primero a esa mesa y besaba en las dos mejillas a uno de ellos, de unos 50 años, barrigón y con perilla blanca. Él portaba el medallón más grande, debía ser el jefe. Al salir de la taberna, lo entendemos todo: se está celebrando una fiesta de la Delirium y los máximos representantes son los que estaban a nuestro lado. El Manneken Pis, que viste los mismos hábitos, pronto meará Delirium Tremens. Han instalado un par de barriles al lado de la fuente, ambos conectados con el sistema de chorro de la pequeña escultura. ¡Cerveza para todos!.

Manneken Pis

La historia dice que hace siglos, un noble perdió a su hijo de tres años en la ciudad de Bruselas. Puso en pié a todas las autoridades para, entre todos, buscar a su hijo por toda la ciudad. Al tercer día, él mismo encontró a su hijo en un pequeño montículo, orinando. En señal de agradecimiento, mandó construir la escultura. La fiesta promete pero no nos podemos quedar, hay que tomar el tren hacia Roeselare. Lo que sí hacemos, es comprar un par de gorras (Santi y yo) y una camiseta (Rosa). Prometemos regresar de nuevo, a nuestra vuelta, a esa taberna, a la que siempre nombraremos como el Templo.

Recogemos las maletas y cogemos el tren. Al poco tiempo empieza a llover, cosa por otra parte esperada por el país y la época del año. Llegamos a Roeselare y el hotel está justo enfrente de la estación. Dejamos el equipaje y vamos a por las bicicletas. En la tienda nos ofrecen una cerveza (que vuelve a ser de cereza y encima caliente) y nos entregan la ruta a seguir, esta vez, en lugar de ser el clásico mapa, se trata de un bloc con la descripción detallada de cada uno de las etapas. Tras comprobar las bicis (Adela parece encantada con su nuevo vehículo) y quedarnos más o menos conformes, volvemos al hotel a cenar. Sigue chispeando.

Llevamos media pensión en todos los hoteles, así que poco se puede elegir. Nos sirven una sopa, una carne y postre, nada destacable, pero bastante decente. La bebida, como siempre en estos casos, se paga aparte. Jugamos un Boggle en la habitación, pero nos puede el cansancio y nos dormimos enseguida. La ruta empieza al día siguiente y hay que estar preparados para lo que nos espera (no lo sabíamos). Sigue lloviendo.

Día 2: Roeselare – Kemmel (48 Km.)

Salida según lo previsto. El viaje amanece accidentado, sobre todo para Rosa, que resulta herida de levedad después de que Luisa le tire la bicicleta encima de la pierna. Como resultado, Rosa gana una buena raspadura. A los pocos minutos de haber emprendido la marcha, empieza a llover. Nos planteamos volver, pero ¿a dónde? No nos queda más remedio que seguir, pese a que la fuerza de la lluvia va en aumento. A los pocos kilómetros nos encontramos con la calle de la ruta cortada por obras, y tenemos que hacer un rodeo. Para colmo de males, el impermeable que compré en Austria el año pasado no hace honor a su nombre y al poco estoy empapado como una sopa. Me entretengo con las funciones de mi flamante GPS, que estreno en este viaje cargado con un mapa topográfico de Bélgica (¡bendito emule!).

GPS en bici

Tras una pequeña visita al cementerio de Tyne Cot, que alberga 12.000 tumbas de soldados británicos caídos en la I Guerra Mundial. Sólo viendo esas imagenes, y la edad de los enterrados allí (casi todos menos de 20 años), te das cuenta de lo estúpidas y estériles que son las guerras. Seguimos sin parar hasta Zonnebeke donde nos detenemos para reponer fuerzas (aunque en realidad lo que hicimos fue lanzarnos de cabeza a la cerveza). La mayoría de los parroquianos, de edad madura, parecen divertirse con el espectáculo que ofrecemos. Nos hacemos una fotografía con ellos y posan encantados. Al salir, encontramos un hermoso lago, en el que varias personas, muy bien guarecidas de la lluvia bajo enormes paraguas, pasan la mañana pescando.

A los pocos kilómetros, unos 20, y bajo una lluvia que no cesa, Luisa pincha su rueda trasera. Nos ponemos manos a la obra, y en pocos minutos cambiamos la cámara. Mientras dura la reparación no deja de llover ni un momento, cuando por fin arrancamos, poco a poco va parando.

La comida la hacemos en Ieper, un pueblo precioso al que entramos pasando por debajo de una impresionante puerta medieval. La plaza es imponente por tamaño y riqueza de los edificios, perfectamente comparable a la de Bruselas en belleza arquitectónica, pese a tratarse sólo de un pueblo pequeño. Nos sirven pasta en un pequeño restaurante de la plaza, platos de tamaño XXL, que acompañamos con cervezas Leffe.

Luisa y Adela

El resto del camino es muy fatigoso, debido al viento que se levanta y a las pendientes que no nos dan tregua. Antes de llegar a nuestro destino descansamos paseando por el Parque de Palingbeek, un enorme bosque verde y húmedo que no recorremos completo puesto que no hay carteles que indiquen distancias y tememos que se nos haga de noche.

Proseguimos el camino hasta llegar al hotel Hostellerie Kemmelberg (156 metros de altura), haciendo el último tramo a pie, ya que la cuesta es de impresión. En la guía se nos avisa de que muchos ciclistas profesionales que participan en la Ronda de Flandes, tampoco pueden con ella y bajan de sus bicis en este punto.

El hotel es francamente acogedor, nuestra habitación tiene unas vistas que despiertan la envidia de los demás. Nos arreglamos y bajamos a tomarnos la cerveza pre-cena (como se puede ver, somos unos viajeros cumplidores y no abandonamos la cerveza belga en ningún momento). La cena es sin duda la mejor de todo el viaje: carpaccio de atún, solomillo con salsa de mostaza y crema catalana, una cena de auténtico lujo en un paraje inolvidable. Como nos caemos de sueño, hoy no hay Boggle.

Día 3: Kemmel – Diksmuide (43 Km)

Cielo despejado al levantarnos, la salida transcurre en veloz pendiente y a los pocos minutos, el cielo se vuelve a encapotar. Pasamos por una zona de colinas, con alguna pequeña subida donde sufrimos un poco. Una vez llegados a la cota de 10 metros sobre el nivel del mar, el resto de la jornada será llaneando. Pasamos por varios pueblos (Poperinge, Westvleteren) todos ellos con iglesias prominentes rodeadas de cementerios. La idea de la muerte es algo presente en el día a día de sus habitantes, tumbas impolutas adornadas de flores, seguramente atendidas a diario. Contrasta con nuestra costumbre de alejar todo lo que tiene que ver con la muerte a las afueras de nuestros pueblos y ciudades para no acordarnos más que un día al año.

Aproximadamente al mediodía, después de atravesar grandes campos de lúpulo, una especie de parras que trepan por unas estructuras de alambre hasta decenas de metros, llegamos a la Abadía de Saint Sixtus donde nos sorprende una caravana kilométrica de coches que hacen cola para llenar sus maleteros con cajas de cerveza elaborada artesanalmente por los monjes. La Abadía no se puede visitar, pero hay un par de establecimientos cercanos abiertos al público donde sí se puede degustar la cerveza. Y allí nos dirigimos ;).

Entramos en uno de ellos y tomamos cervezas de 8 y 12 grados. Como fuera sigue lluviendo, pedimos otra ronda que acompañamos de las especialidades de la casa, que consisten en emparedados de queso, paté y jamón ahumado. También visitamos un pequeño museo sobre la vida monástica que hay en el mismo local. Bromeamos con el enorme parecido de las camareras con algunos personajes de la novela El nombre de la Rosa.

Cuando abandonamos el lugar, nos acompaña una lluvia intermitente. El camino es llano y llegamos a nuestro destino, Diksmuide, sin equivocaciones pero con la ropa mojada. Para nuestra sorpresa una de las mochilas de Santi, no está en el hotel. No iba etiquetada y tienen que reclamarla a otro hotel, donde seguramente por equivocación ha sido llevada. Por suerte, a las pocas horas nos la entregan. Adela es una bendita y se porta muy bien. Después de la cena (a las 19:00pm), damos una vuelta por los alrededores de nuestro hotel (De Vrede). Nos llama la atención sus canales, sus esculturas (especialmente una reproducción de una vendedora de pescado a tamaño natural) y un manicomio desde cuya ventana, un rostro inquietante no nos quitaba ojo.

Mujer vendiendo pescado

Día 4: Diksmuide – Brujas (56 Km)

El día amanece despejado, aunque nos tenemos que poner las zapatillas y la ropa un poco húmedas del día anterior (en el hotel no hay secador ni calefacción para poder secarlas). El sistema de transporte de las maletas de un sitio a otro, lo realiza un adulto de pelo canoso con un niño de unos 9 o 10 años que le ayuda a cargar las maletas en un monovolumen. Diksmuide es una ciudad sembrada de monumentos que rememoran la 1ª Guerra Mundial. A la salida de la ciudad pasamos por unas trincheras perfectamente conservadas y una torre de una pequeña parroquia (Stuivekenskerke), que fue utilizado por el ejército belga para la vigilancia del lugar. En las torres destruidas hay todavía una mesa de orientación con 35 lugares importantes de la 1ª Guerra Mundial (la entrada a la escalera, está en la parte de atrás).

Trincheras de la Gran Guerra

El camino se convierte en un sendero sólo para bicis que atraviesa enormes campos de cebada, avena y maíz, poblados de vacas campando a sus anchas. En alguna ocasión, estos carriles están protegidos por estacas verticales para evitar la entrada de otros vehículos, por lo que tenemos que levantar a pulso el carro con Adela para poder pasar. En esta jornada, Santi tiene problemas con sus posaderas y Luisa toma a su cargo el remolque. Pasamos por pequeños y pintorescos pueblos como Schore, Zevekote o Ettelgem.

Sobre el mediodía paramos a comer en el pueblo de Oudenburg, en un restaurante con parque infantil, donde Adela hace migas con un pequeño mozalbete que no para de mostrarnos sus habilidades con todo tipo de vehículos a pedales. La comida consistió en sopa de coliflor y pollo al vino tinto. Después de la comida, reanudamos la marcha en dirección a Ettelgem y ya no nos detenemos hasta llegar a un paraje delicioso, rodeado de árboles frondosos y lagos, donde había una propiedad privada con un parque escultórico impresionante, el parque del Castillo Pélichy, que nuestra imaginación nos empuja a pensar propiedad de un millonario artista. Hasta oímos el sonido de un martillo a lo lejos… Aprovechamos la parada para darle la merienda a Adela y hacer algunas fotos.

La entrada a Brujas la realizamos atravesando un barrio residencial con preciosas casas unifamiliares rodeadas de jardin y alguna de ellas con una pequeña granja de animales. Me sorprende ver más de una lechera reutilizada como buzón a la puerta de alguno de estos hogares. Ya en Brujas, llegamos a nuestro hotel (Ter Reien), en pleno centro y a espaldas del ayuntamiento y del barrio comercial. La habitación del hotel nos decepciona mucho. A pesar de tener ***, el cuarto de baño consiste en una cabina de plástico prefabricada y emplazada en una parte de la habitación, donde en un metro cuadrado, conviven la ducha, el lavabo y el vater. La dimensión de la habitación es tan mínima que las mesillas sólo caben poniéndolas de lado, que es como están. Las cenas las tenemos, según el día de la semana, en dos sitios. Hoy toca el Uilenspiegel, un restaurante con terraza al lado del canal.

Lechera reutilizada como buzón

Día 5: Brujas – Oostende (66 Km.)

Después de un buen desayuno en el hotel, emprendemos el camino a Oostende, una de las excursiones recomendadas desde Brujas. El camino es fácil, ya que salimos de Brujas por un bosque y después seguimos todo el rato el curso de un canal. Un error en las instrucciones hace que crucemos el canal por un sitio equivocado. Cuando nos damos cuenta del error, retrocedemos y recuperamos el camino correcto. Bueno, al menos hemos tenido la experiencia de cruzar el río a través de una curiosa plataforma móvil impulsada por la fuerza de un hombre de edad madura.

Al llegar al Spuikom, que es un lago con forma de lágrima rodeado por un carril para ciclistas, nos perdemos otra vez, con lo que la ruta de hoy es un poco más larga de lo que en principio suponíamos. Cuando por fin llegamos a la ciudad, ésta nos decepciona bastante. Como hemos perdido tanto tiempo, llegamos justo para comer. Acertamos pidiendo los famosos mussels (mejillones), que nos sirven con verduras y nata y alucinamos con la salsa, no dejamos ni una gota. Para rebajar la comida, damos un paseo por la playa, el color del agua es totalmente gris y nosotros no tenemos demasiado calor, aunque hay mucha gente en la arena, claro, para ellos este clima es lo habitual. Entramos en una casa-escultura inclinada que hay a modo de monumento en el paseo y la sensación es totalmente mareante. Adela no deja de alucinar con esa extraña alteración del espacio.

En el puerto también hay un barco mercante espectacular (El Mercator) que se puede visitar, aunque llegamos tarde (aquí cierran todo tan pronto…), así que emprendemos el camino de vuelta por la misma ruta, pero esta vez sin equivocaciones. Cenamos en el mismo sitio que ayer y hoy nos toca paté con ensalada, goulasch con croquetas de patata y compota de manzana, y como postre helado con nata y caramelo. La verdad es que hambre no pasamos… Damos una vuelta por la Brujas nocturna y tomamos una cerveza en Charlie Rockers, muy cerquita del hotel, un albergue juvenil muy animado que también es cervecería.

Paseo marítimo en Oostende

Día 6: Brujas

Aunque hoy en la ruta hay prevista una excursión a Knokke, decidimos descansar un día de la bicicleta, sobre todo porque si no, no podemos visitar Brujas durante el día, así que hoy toca visita cultural a la ciudad.

Nos dedicamos a disfrutar del callejeo, sin buscar ningún monumento en especial, así que vamos entrando en los sitios que vamos encontrando. Visitamos la Basílica de la Santa Sangre, una pequeña iglesia con una fachada preciosa pero bastante escondida al estar en una esquina de una plaza y con un impactante interior.

En la Gran Plaza nos animamos a subir a las torres del Belfort, donde tras 366 escalones, obtenemos unas impresionantes vistas de Brujas. Sólo suben las chicas, Santi y yo nos quedamos bebiendo cerveza y cuidando de Adela (bonita excusa…). Después de comer, dedicamos un rato a hacer compras y más tarde, cogemos las bicis para visitar los molinos de viento que flanquean la ciudad.

Molino de viento (Brujas)

La cena toca hoy en la Braserie Belge. Un restaurante más fino que el de las noches anteriores. Intuimos que vamos a cenar muy bien y efectivamente, esto se confirma cuando llega el primer plato: una sopa bulladesa exquisita y con cantidad de tropezones (pescado, gambas, mejillones, etc.). El camarero, muy cortés, nos pregunta si queremos repetir, pero a la vista de la calidad del menú, preferimos reservarnos para el segundo plato, solicitando, eso sí, otra botella de vino blanco. El segundo plato se hacía esperar más de la cuenta, así que nos fuimos bebiendo poco a poco la botella de vino, y cuando la terminamos, nos retiraron el pan y los cubiertos para traernos un helado. Nuestra expresión también se quedó helada: no había segundo plato. Nuestra sorpresa es mayúscula. Seguramente, la causa es el presupuesto, muy ajustado, acordado previamente con el hotel, o vaya usted a saber… Menos mal que lo tomamos con sentido del humor. Nuestra expresión al salir del restaurante es una prueba concluyente. Recordad: si vais allí y os preguntan si quereis repetir, no lo dudéis (no habrá segundo plato).

Día 7: Brujas – Roeselare (51 Km.)

Hacemos la salida de Brujas por un recorrido precioso, rincones de cuento, parques con cisnes… a los pocos km. llegamos a una abadía conocida por su escuela para personas prominentes, su iglesia y su especial atmósfera, debida a los magníficos bosques que la rodean. Pasamos por el pueblo de Zedelgem y seguimos la ruta hasta el castillo d’Aertrycke: un lugar de ensueño con un jardín muy romántico donde los novios aprovechan para hacerse fotos. Nosotros aprovechamos, como no podía ser de otra manera, para hacernos unas cervezas en un restaurante con terraza allí ubicado. La salida estuvo bastante complicada, afortunadamente, otro ciclista que viajaba con su hijo, nos ayudó a salir de esta especie de laberinto.

La comida la hacemos en Torhout, aparcamos las bicis en la Iglesia de St-Pieters y nos metimos en un restaurante de ambiente muy hogareño, donde comimos sopa de tomate y pescado frito variado, acompañado por un surtido de croquetas de patata. Reemprendida la marcha, llegamos a Roesalare, después de habernos perdido una par de veces al seguir las indicaciones de la guía, sobre las 17:45 ¡fin del viaje en bici!. Las aparcamos por última vez en el garaje del hotel y damos una vuelta por el pueblo hasta la hora de la cena. En la plaza hay un terrible estruendo debido a un festival de tunning, que contrasta con la tranquilidad y el silencio que ha caracterizado nuestro viaje. Como el restaurante está en la plaza, tenemos unos dimes y diretes con el camarero ya que pedimos que cierren la puerta para amortiguar la atronadora música-bacalao. A Herminia ya no le cabe más cerveza en el cuerpo y pide un par de vasos de agua, se la traen en vaso en lugar de en las botellas. La sorpresa llega con la cuenta, donde por cada vasito nos clavan ¡3,60 euros!.

En Roeselare de nuevo

Día 8: Roeselare – Bruselas

Antes de salir hacia Bruselas, hacemos una visita al Museo Freddy Maertens, un museo dedicado a este ciclista 2 veces campeón del mundo y donde se hace un recorrido por la historia de la bicicleta desde sus orígenes hasta la actualidad. A la salida nos damos cuenta que estaba prohibido hacer fotos…

También vemos la caricatura de Freddy Maertens, vieja gloria del Tour de Flandes, y caemos en la cuenta de que se trata del mismo señor que nos ha atendido a la entrada del museo, un museo creado por él para mayor gloria de la bici y también de sí mismo.

Cogemos de nuevo el tren para ir a Bruselas (ya casi no nos acordábamos de lo que es trasladar maletas) y una vez allí vamos de nuevo al Templo, pero esta vez ya no hay fiesta de la Delirium, así que no nos resulta tan atractivo como la vez anterior.

Se nos hace tarde para comer, así que lo único que encontramos es un sitio de ensaladas, bocatas, etc, muy agradable y con un buen café, parece que el primero bueno del viaje, según los cafeteros.

A la salida nos encontramos con una pandilla de veinteañeros con un equipo de música y un carro de cervezas, disponiéndose a celebrar una despedida de soltero improvisada en plena calle. El reto consiste en que el novio debe reunir a 20 personas que pasen por la calle, invitarles a cerveza y animarles para bailar todos juntos. Nosotros, no sólo nos quedamos sin rechistar, sino que les ayudamos a reclutar a más gente. Lo cierto es que pasamos un rato muy divertido.

La última visita en Bruselas se la dedicamos al Atomium, monumento que se creó para la Exposición Universal de 1958 y que se quedó como símbolo de la ciudad. Tenemos la suerte de encontrarlo con las bolas recién limpias y restauradas, hasta nos reflejamos en ellas, nos gusta muchísimo a pesar de que no podemos entrar en él, ya que como todo, lo cierran prontísimo.

Debajo del Atomium

La última cena en Bruselas la hacemos en una bar normalito donde comemos de nuevo mejillones (nada que ver con lo de Oostende), pero eso sí, acompañados por las fotos de Balduino y Fabiola, una mezcla nostálgica de sangre belga y española.

7 comentarios

  1. La proxima vez que visitas Bélgica, visitala entera. Ya que según he podido leer sólo has estado por Flandes (sobretodo Brujas) y Bruselas.
    Bélgica existe más alla del sur de Bruselas, la «Wallonie» es muy guapa también y no tiene nada que envidiarle a Flandes y menos a Bruselas (que es una ciudad muy fea, aunque vaya mejorando ultimamente).
    Te recomiendo: Las Ardenas, Bouiilon, Dinant, Mons, Namur et LIEGE (mi ciudad).

  2. Se me olvidaba despedirme y decirte que espero que lo tengas en cuenta para un futuro viaje.

    Un saludo y buena continuación con tu blog!

  3. Hola, soy belga y vivo en Motril Granada donde hay buen climat pero donde echo de menos los caminos de bicis y la cultura de bici, si vais otra vez os acompaño de guiá soy de una cuidad cerca de Roeselare, verdad qué hay tambien la parte Wallon pero mas desnivel aún que hay muchos caminos como el Ravel qué son como los via verdes espagnolas pero hay muchos mas, hay tambien los LF ( azul- amarillo )qué son como los GR (rojo-blanco)para los senderistas

    Saludo

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